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LA LUCIDEZ DEL PERDEDOR

LA CUEVA DE ALÍ BABÁ (con perdón)

Ayer noche estuve trabajando un rato en una entrada cuyo título iba a ser algo así como Alí Babá y los 350 Gorrones. Finalmente, la he desechado. Versaba sobre el debate social y político de la modificación del sistema de pensiones y las sugerencias de la Comisión del Pacto de Toledo. Ya he manifestado en anteriores entradas (Las Edades del Hombre, 1 y 2) mi acuerdo con los planteamientos fundamentales. Pero lo que me parece indecente e inmoral, y eso es lo que trataba de exponer en mi abortado “post”, es que nadie, ni en la Comisión, ni en el Parlamento ni apenas en los medios, proponga un retoque, siquiera testimonial, en el sistema de jubilación y pensiones de los diputados, senadores y altos cargos de las diferentes administraciones publicas.

 

Porque, mientras que un ciudadano normal, es decir la gran mayoría de nosotros, requiere un periodo mínimo de cotización de 15 años para obtener el 50% de la pensión que le corresponda y un mínimo de 35 para conseguir el 100%, un “alto cargo” requiere tan solo 7 años para obtener el 80%, de 8 a 11 años para el 90% y superar estos 11 para el 100%.

 

Porque, en tanto que para un ciudadano normal resulta incompatible la percepción de dos sueldos públicos, o de una pensión y un ingreso laboral o profesional, o de dos pensiones al mismo tiempo, la mayoría de aquellos altos cargos pueden disfrutar de dos o más sueldos, de una pensión más otros ingresos más, quizá, una indemnización por cese en cargo anterior o, en muchos casos, de más de una pensión.

 

Este era el asunto que quería tratar. También quiso tratarlo –creo que fue la única- Rosa Díez; pero tanto José Bono como Javier Rojo, los dos Alí Babá’s, le contestaron algo así como: “Déjelo estar, doña Rosa, así está bien”. Se me podrá decir que un retoque en el sistema de estos privilegiados es el chocolate del loro; y lo es. En la entrada de hace unos meses Más Caga un Buey que Cien Golondrinas, contraponía ambos conceptos: el chocolate del loro y la cagada del buey. Pero, amigos, un chocolate de loro a tiempo ayuda a tragar una cagada de buey.

Repito; me parece Indecente e Inmoral.

Y, bueno, aunque decidí no publicar la entrada ya he dicho lo que tenía que decir.

Y decidí no publicarla porque esta mañana he leído un artículo del catedrático de psiquiatría Enrique Rojas cuyo contenido está muy de acuerdo con mi filosofía de optimista impenitente y me parece muy oportuno como despedida de este año. El artículo rezuma Sentido Común y lo que yo considero una adecuada filosofía de vida. Contiene claves y consejos para seguir viviendo con cierta ilusión, en lugar de continuar reconcomiéndonos, criticando y criticándonos, recordando y casi recreándonos en lo malo y, lo que es peor, esperando lo peor (redundancia querida).

Había pensado simplemente destacar alguno de sus mensajes y glosarlo, pero no he tardado ni dos segundos en darme cuenta de que constituiría una torpe osadía y empobrecería notablemente el texto y el contenido. De modo que ahí lo tenéis completito.

Otra de las cosas que me ha animado a hablar de Rojas y de su artículo de hoy es  algo puramente anecdótico pero que a mí me resulta entrañable. Es la segunda persona en mi ya casi larga vida, a la que escucho (más bien, leo) el vocablo “poliorcética”. Según Enrique

«En el mundo antiguo existía la expresión poliorcética, que era el arte de la fortificación en la guerra».

La otra persona a la que escuché el término fue a mi padre, del que, además de esto, aprendí muchas cosas. Pues mi padre nos decía que Poliorcética es:

 “El arte de impugnar y expugnar fortalezas”.

Aunque ambas definiciones resultan parecidas, no son enteramente coincidentes; de modo que acudo al diccionario y observo que la definición más certera del término es:

“El arte de atacar y defender las plazas fuertes”

De modo que en esto, Enrique, mi padre que no era psiquiatra pero era un buen sicólogo, tenía más razón. E incluso me gustan más los verbos “impugnar” y “expugnar” que “atacar” y “defender”. Son quizá más poéticos.

Va por ti, papá. No es mal día para recordarte, aunque sea con esta anécdota.

Y, pidiendoos disculpas por esta disgresión y porque hoy no hay música os dejo, mis muy queridos amigos, con:

 

 LA LUCIDEZ DEL PERDEDOR (Enrique Rojas)

 “En el año que mañana se inicia tenemos 365 días por delante para intentar ir hacia arriba y dejar atrás el derrotismo que ha impregnado este 2010”. Conviene recordar que, como escribió Rudyard Kipling, el éxito y el fracaso son dos grandes impostores. Lo que la gente llama éxito no es otra cosa que un cierto triunfo que tiene resonancia social, y muchas veces uno se pregunta qué precio ha habido que pagar por alcanzar esa circunstancia. Por otra parte, el fracaso significa que algo en lo que habíamos puesto mucho anhelo e interés no ha salido. He visto a gente triunfar demasiado joven y después, en un breve tiempo, aquella victoria se ha convertido en una auténtica derrota. Por contra, hay derrotas que, bien asumidas, se convierten con el paso de un cierto tiempo en genuinas victorias. La derrota es lo que te hace crecer como persona. La derrota enseña lo que el éxito oculta. Es la lucidez del perdedor, la nitidez de aprender que la vida es la gran maestra, que enseña más que muchos libros. 

Reconduciéndonos al plano puramente personal, es lo mismo que ocurre en las enfermedades depresivas. La depresión produce un embotamiento de la afectividad, mientras que la tristeza (que no proviene de la enfermedad depresiva) es la lucidez de la melancolía. Al empezar el año, en la frontera de una etapa que se cierra y otra que se abre, podemos hacer balance existencial: haber y debe, arqueo de caja, recuento de cómo han ido las cosas. Cada segmento de nuestra travesía nos da una información precisa y a veces las cuentas no salen. El hombre es un animal descontento. Cualquier análisis de la realidad personal tiende a ser siempre deficitario, por exigencias del guión. 

Esa exploración retrospectiva aborda fundamentalmente cinco notas de la sinfonía personal: personalidad, amor, trabajo, cultura y amistad. Y cada una de ellas va dejando un rastro concreto. 

Tener una personalidad madura es un trabajo noble y decisivo y es el puente levadizo que lleva al castillo de la felicidad. Todos tenemos tres caras: lo que yo pienso que soy (autoconcepto), lo que los demás piensan de mí (imagen), y lo que realmente soy (la verdad sobre mí mismo). 

Los otros cuatro ingredientes tienen cada uno vida propia y nos abren un panorama espectacular, con paisajes diversos y valles y quebradas que invitan a la reflexión. Pero lo que hemos de tener muy claro es que la vida no irá bien sin grandes dosis de olvido. Saber perdonarnos los fallos y errores del pasado significa tener buena salud mental. 

La vida necesita talento y capacidad para superar los reveses y traumas que se han ido produciendo a lo largo de ella. En el mundo antiguo existía la expresión poliorcética, que era el arte de la fortificación en la guerra. La fortaleza es la virtud de los que soportan y resisten. Es fácil orientar la vida en las distancias cortas, pero sólo las personas singulares y de gran solidez son capaces de diseñar la vida para las distancias largas. Es necesario tener una visión larga de la jugada existencial. Las voluntades débiles emplean discursos y teorías, mientras que las fuertes lo traducen en actos coherentes y positivos. 

Los traumas de la vida afectan a los grandes argumentos de ella. No hay que olvidar que en el amor casi todas las cumbres son borrascosas. Hay que descifrar el jeroglífico de cada biografía, lo que no se ve, lo que se esconde debajo de las apariencias. 

Cada uno necesita resolverse como problema. El hombre maduro es aquel que ha sabido reconciliarse con su pasado. Ha podido superar, digerir e ir cerrando las heridas de atrás. Y a la vez, ensaya su mirada hacia el futuro prometedor e incierto. Esa es una de las tareas que hacemos los psiquiatras en la psicoterapia; hacer la cirugía estética de la historia personal, para que haga una lectura mas positiva de lo que ha sido su trayectoria. 

La vida es como un bumerán: movimientos de ida y vuelta. Lo que siembras, recoges. La vida es un resultado, y a la larga sale lo que hemos ido haciendo con ella. Lo importante es que no pasen los años tirando de la existencia sino que sepamos llenarla de un contenido que merezca la pena y que se inserte dentro del programa personal que cada uno debe ir trazando. Lo importante no es vivir muchos años, lo esencial es vivirlos satisfactoriamente, con el alma. La vida es plena si está llena de amor y uno consigue poseerse a si mismo. Ser dueño de uno mismo es pilotar de forma adecuada la travesía que uno ha ido escogiendo, procurando ser fiel a uno mismo y a sus principios. 

El psiquiatra es un perforador de superficies. Baja al cuarto de máquinas de la conducta. Intenta descubrir intenciones, planes, metas, el porqué de sus audacias y sus retrocesos. No hay que perder de vista que la vida de cada uno tiene como sedimento la llamada experiencia de la vida. Ese pasado vivido a nivel personal con intensidad de protagonista de primera persona. Son cosas que me han pasado a mí. Que han dejado huella en mi biografía y que la van troquelando paso a paso. Me veo forzado a seguir hacia delante cueste lo que cueste. Pero cuento con un repertorio de usos psicológicos que parpadean a la hora de poner en práctica lo mejor que se ha ido almacenando en la bodega de mi intimidad. 

Los griegos decían que en la vida se podían describir tres etapas: una primera en la que uno es autor, otra que le sigue en la que uno es actor, y una última en la que uno es espectador. Cada una corresponde a un tiempo histórico: futuro, presente y pasado. Las secuencias al revés. Cuando uno es joven está lleno de posibilidades; todo puede ocurrir, pero cuando uno es mayor está lleno de realidades. Posibilidades y realidades constituyen un arco en el que se sitúa la realización personal. 

En la psiquiatría hay varios trastornos que hipertrofian el pasado de forma enfermiza. Unos son los nostálgicos, que opinan que cualquier tiempo pasado fue mejor; otros, los depresivos, que dejan de vivir la vida como anticipación y programa y se instalan en la culpa retrospectiva de los hechos antiguos y mientras dura su fase depresiva, el cristal con que miran el pasado es siempre negativo; los neuróticos viven heridos por el pasado, no han podido superarlo, anclados en los peores recuerdos y vivencias, lo que impide mirar con esperanza hacia delante… fijación retrospectiva, pasillo del ayer en su peor versión. Una cuarta variedad de la patología del pasado lo constituye el síndrome de Peter Pan: negarse a crecer y a madurar. 

Quiero volver a los argumentos del principio para enfatizar la idea central del artículo. La clave es vivir con ilusión y argumentos. Mirando hacia delante. Ser capaz de pasar las páginas azarosas, duras, frustrantes, aquellas que han frenado la marcha o nos han sacado de la pista por la que circulábamos y nos han metido en la circunstancia conflictiva, de retroceso evidente. 

LA PROSPERIDAD está siempre en el porvenir. Pero la base debe ser esta: sentirse uno a gusto consigo mismo, que es conditio sine qua non para que se relacione bien con los demás. Tener una cierta paz interior, hilvanada en su fuero interno de coherencia e invención. Una mezcla de inteligencia bien compensada con sentimientos positivos, que son capaces de disolver todo aquello del pasado que hiere y pone sobre la mesa lo peor de uno mismo. El pasado debe servirnos para dos cosas; como arsenal de conocimientos que se han ido depositando en nuestra biografía y que constituyen ese subsuelo privado de la memoria que se llama experiencia de la vida. Sabiduría silenciosa y elocuente, callada y a voces, que actúa sin nosotros saberlo.Y también nos sirve para aprender en cabeza propia. 

Pasado, presente y futuro. Recuerdos, datos e ilusiones. Posibilidades y realidades. Amor por los cuatro costados. La vida verdadera es un encuentro con lo mejor de uno mismo. Encuadernar la biografía con indulgencia, sabiendo perdonarnos y cerrar sus heridas con suavidad y comprensión. 

La felicidad es la ley natural del ser humano, es como la réplica de la ley de la gravedad; todos aspiramos a ella. Hoy, para bastante gente, la felicidad queda reducida a bienestar, nivel de vida y posición económica. Pero la felicidad a la que debemos aspirar ha de ser razonable, no utópica, en la que el amor, el trabajo y la cultura den de sí al máximo. La felicidad no es alergia al sufrimiento, sino el sufrimiento superado, al sobrenaturalizar los reveses, golpes y ese verse uno zarandeado por la marea negra de la frustración, las derrotas y el árbol genealógico de los Buendía. Física y metafísica. 

El tiempo, ese testigo impertinente de nuestra vida, asiste y resiste a los embates de la condición humana.

 

SUSRSUM CORDA, FELIZ AÑO A TODOS, incluido tú, Enrique

  1. vicente
    3 enero, 2011 a las 3:47 AM

    Jaime, indignante lo de sus «gorronias» solo son capaces de ponerse de acuerdo en el Congreso y Senado para lo que les beneficia a ellos, pero… lo que beneficia al conjunto de la sociedad, en eso, no se ponen de acuerdo.
    Una pista, modificacion del codigo penal, por primera vez en la historia de España, las personas juridicas pueden ser responsables penalmente, ¿todas? NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO, los partidos politicos, NOOOOOOOOOOOOOOOOOO. En fin, como abogado, tendras tu opinión. Abrazos

    • 4 enero, 2011 a las 8:06 PM

      Pues que quieres que te diga Vicente, me parece una cacicada como casi todo lo que hacen esas «gorronías» como les llamas.
      De todas maneras no he mirado los detalles de la modificación del Código Penal y poco puedo opinar, auqneu también me parece peligroso levantar el «velo societario» por cualquier cosa.
      Un abrazo

  2. Lolita
    4 enero, 2011 a las 12:38 AM

    Curiosamente, esta entrada tuya me recuerda a «Juan Salvador Gaviota»…

    Es dificil ser totalmente equilibrado, yo diría que imposible, pero lo que si se aprende con el tiempo es a «relativizar».

    ¡Un abrazo!

    • 4 enero, 2011 a las 8:07 PM

      Fíjate que yo soy nada más que un poquito equilibrado y me custa «dios y ayuda».
      ¿De qué me sonará a mí Johnatan Livingston Seagull, dulce Lolita?
      Besos

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