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SIETE DÉCADAS… YA PASARON

Hace un año, el día 13 de junio de 2018, hablé de un día igual pero de 1948. Y seguí, y seguí, y seguí…

Y, asómbrense, en un solo año han pasado nada menos que 70.

 

A MODO DE PRESENTACIÓN

En esta tercera fase de la vida, en la que el tiempo es el mayor don que nos queda a los que tenemos la suerte de seguir manteniendo aquellas  tres cosas hay en la vida tan fundamentales, nuestro deber, y nuestro placer, es llenar de vida ese tiempo. Ya que nos ha sido dado, aprovechémoslo. No dejemos que él nos consuma poco a poco; hagamos lo contrario: consumámoslo nosotros a él, disfrutémoslo.

En esa intención no se me ha ocurrido otra cosa que volverlo a andar; que volver a andar ese tiempo que ya ha pasado, ese camino que ya he recorrido. Rememorar lo pasado, revivir lo vivido… Algo parecido le sucedió a mi querido padre en un tiempo de su vida algo más avanzado que el mío de hoy. Y se le veía tan contento mientras lo hacía, tan lleno su corazón de la vida revivida, tan comunicativo a ratos, tan circunspecto en ocasiones, tan feliz… que he pensado imitarle. La vida de mi padre fue extraordinariamente intensa, participando en una guerra que personalmente podría haber evitado, viviendo momentos inquietantes en la política nacional e internacional y protagonizando aventuras personales muy notables. La mía, como tantas otras de mi generación, ha transcurrido intensa y activa, pero en un entorno pacífico que me ha permitido jugar la partida con muchos comodines. De ningún modo pretendo emular el resultado, sino tan solo imitar la acción.

Y también, de alguna manera, convertir su hipótesis en acción. Porque en el prólogo de su libro NOSOTROS (relatos familiares) al que haré referencia en estas páginas, puede leerse: «Años de actividad plena, seguidos por otros de pasividad activa, que jalonan “el ser y el estar” en el autor de NOSOTROS. Durante ellos crea dilatadísima familia sobre la que se limita a una somera descripción, para no romper hipotéticos trabajos de futuro en todos o cada uno de los que la componen

¿Por qué entonces, pensarán algunos, nos quiere contar su vida si es como la de tantos de nosotros, si no tiene nada de particular como pudiera tenerlo la de un estadista, un artista o un filósofo afamado?

Contestaré. El objetivo prioritario es el de entretenerme, en su doble significado de disfrutar y de utilizar el tiempo que, aunque nunca sobra, tengo en cantidad; y no me refiero tanto al que me queda de vida, que ya no es demasiado, sino al que tengo a mi disposición cada día de los que me quedan. Cuanto menos futuro siento que me queda, más deseo tengo de aprovechar el presente y más disfruto recordando el pasado. De lo que pueda surgir de esto, el primer destinatario para su lectura seré yo mismo. Después quizá mis hijos, mi mujer, mi familia, algún amigo, tal vez puedan conocer, leyendo,  cómo fui, qué hice, qué pasó a mi alrededor en los tiempos en que no me conocieron.

En La Casa de los 20.000 Libros (Sasha Abramsky), de cuya lectura disfruto estos días, hace el protagonista (el abuelo del autor)  una reflexión sobre esto de escribir las memorias: “¿Por qué habría de sentir alguien la necesidad de escribir sobre su propia vida?” Parte de su respuesta era que su vida cubría “un largo periodo de nuestro turbulento siglo de revolución, guerra civil, progromos, dictaduras despiadadas, la segunda guerra mundial…”

Pero, claro, la mía, seguirá pensando alguno, poco tiene que ver con la de Chimen Abramsky, abuelo del autor y protagonista del libro. Y yo sigo con lo mío, avanzando en la lectura de la obra citada:

 “¿Quién tiene derecho a escribir sus recuerdos?”, preguntaba a sus lectores el escritor exiliado. Y respondía: “Todo el mundo. Porque nadie está obligado a leerlos. Para escribir los propios recuerdos no es necesario en absoluto ser un gran hombre, ni un famoso criminal, ni un célebre artista ni un hombre de estado; es suficiente con ser, simplemente, un ser humano, tener algo que contar y no solo desear contarlo, sino tener al menos un poco de habilidad para ello”…

Chimen Abramsky, a pesar de que su vida fueron los libros, pensó que no tenía esa habilidad para contar su interesante vida; por eso fue su nieto quien la contó. Como yo no creo que mi nieto conozca mi vida como Sasha la de su abuelo, y aunque mi vida no tenga mucho de particular, déjenme que se la cuente. Intentaré no aburrirles, de verdad.
Son siete décadas, nada menos, las que he vivido. Y puedo decir que las he disfrutado, que la suerte me ha sonreído; que he vivido unos tiempos cómodos que me han llevado casi en volandas y que mi único mérito, y no vean atisbo de modestia ni de vanidad en esto, ha sido el de tomar las decisiones acertadas en las alternativas que se me han presentado. Les relataré las cosas importantes, en la relatividad de lo que en mi vida lo han sido, y también las anécdotas que dejaron traza en mi recuerdo. Les contaré de mi infancia, de mi juventud, de mi madurez…; de mi vejez no, aún no. De mis juegos, de mis –escasos- escarceos amorosos, de mi trabajo, de mi ocio. De los que me acompañaron en cada una de aquellas etapas, familia y amigos. También de los avatares políticos que en algunos momentos críticos tuvieron impacto en mi trayectoria.

Déjenme que les cuente… Década a década, hasta siete.

 

 

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  1. 21 enero, 2020 a las 9:33 AM

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