DE ANIMALES Y LIBROS.

14 junio, 2022 1 comentario

(Publicación para EL CULTURAL DE LA LÍNEA)

Hace unas semanas, con ocasión de un comentario mío sobre el artículo (muy bueno, por cierto) aportado por mi querido amigo Teo Marcos para El Cultural de La Línea, Santiago Chippirraz, creador y editor de la revista, me lanzó un reto: “¿Te animas para la próxima?”.

Hacía referencia, creo, a los escritores que incluían animales entre sus personajes… O eso pensé.

No le dije ni que sí ni que no. Pero ayer, día de viento y lluvia, me puse a escribir…

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Las dos obras literarias más notables e influyentes que hablan del asunto, del asunto de los animales no humanos y de su relación con los humanos, son El Génesis y El Origen de las Especies. Dios vs Darwin: creacionismo frente a evolucionismo.

Hace casi tres mil años un iluminado (no lo digo en sentido crítico), de nombre Moisés, relató en su primera obra, el Génesis, cómo fue que el hombre apareció en el mundo. La revelación le vino de Dios, que fue quien creo la tierra, al hombre y, tras él, todo lo que a este podría servir. Luego, vino lo que vino.

Cuando terminó de hacer el mundo, ya en el sexto día, Dios decidió crear a sus pobladores. El primero fue el caballo. Dios le dijo:

– Caballo, has sido creado para servir al hombre en sus trabajos agrícolas. Tendrás una vida de 25 años.

Tras el caballo, hizo Dios al perro y le dijo:

– Perro, tu ayudarás al hombre a cazar y a pastorear. Tendrás 25 años de vida.

Después, creó al mono:

– Mono, has sido creado a imagen y semejanza del hombre, pero gozarás de libertad. Te daré 25 años de vida.

Finalmente, le llegó el turno al hombre:

– Hombre, hijo mío, puesto que tú has sido creado a imagen y semejanza mía, serás el rey de la creación. Tendrás de vida 25 años.

El hombre asumió inmediatamente su papel de rey y se encaró a Dios:

– Dios mío, si me has hecho para ser el rey de la creación, ¿cómo es que me das la misma vida que al caballo, al perro y al mono?

– Está bien hijo mío, no te falta razón, te daré de vida 100 años. Pero has de tener en cuenta esto: los primeros 25 años vivirás como un hombre; los siguientes 25 años trabajarás como un caballo; los terceros 25 años te tratarán como a un perro; y los últimos 25 años de tu vida se reirán de ti como de un mono.

Lo que antecede no es, naturalmente, fiel transcripción, ni siquiera aproximada, del texto bíblico. Es nada más que imaginación para dar entrada a esto que escribo.

Treinta siglos después, El Origen de las Especies (Charles Darwin 1859) rompe con lo conocido, más bien con lo creído, y demuestra científicamente que los seres vivos, no fueron creados, sino que la vida de todas las especies actuales surge de un tronco común que, por obra de la naturaleza y de la lucha por la supervivencia, va evolucionando y convirtiendo aquel primer germen, posiblemente protozoo, que surgiera tras el Big Bang, en seres más complejos y perfeccionados.

Las diferencias entre ambos textos son notables: Para Moisés (de parte de Dios), el hombre fue creado “ex novo”; para Darwin, el hombre evolucionó a partir de un bichito microscópico.

Las diferencias son notables, decía. Pero si atendemos a esa versión anecdótica de la creación con la que comenzaba podemos pensar que, en tanto que Darwin coloca al hombre en un escalón de la evolución (primero protozoo, mucho más adelante, gusano o crustáceo, después vertebrado, luego mamífero y, por fin, hombre), Dios lo crea como diversos animales en uno mismo (un caballo, un perro, un mono y, por fin, un hombre); todo en uno, todos en la vida del hombre. En uno, es sucesivo; en otro, simultáneo.

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Tras esta torpe disquisición, que coloca a los animales, y entre ellos al hombre, en la literatura, sea científica o creacionista. Voy a tratar de entretenerles un rato con otros animales creados, recreados o recordados, por otros autores tan respetables como Darwin, Dios o Moisés.

Un primer pensamiento me lleva a la literatura de aventuras que leía en mi niñez y me vienen a la cabeza personajes como Moby Dick, aquel cachalote blanco de Herman Neville, la mona Chita, la simpática amiga del Tarzán de Edgar Rice Burroughs o Shere Khan el feroz tigre de Bengala que aterrorizaba a Mowgli en El Libro de la Selva, de Rudyard Kipling. Pero, siendo todos ellos magníficos personajes de novela y necesarios para el argumento, carecían de la “humanidad” (qué bien queda en este contexto) de los que, cuando leí sobre ellos, más me gustaron.

Y estos fueron, no por orden de preferencia, sino de entrada en mi mente, los que ahora les cuento:

  1. SALOMÓN.

El primero de todos, por su nobleza y por lo querido que fue, se llamaba Salomón (que fue luego Solimán), el protagonista de El Viaje del Elefante, una deliciosa obra del Nobel José Saramago. El libro cuenta la historia –real, según su autor– del viaje de Salomón, un elefante asiático que el Rey Juan III de Portugal quiso regalar a su primo, el archiduque Maximiliano de Austria.

Los elefantes no son regalos que puedan empaquetarse y entregar en mano, de modo que Salomón emprendió un largo y fatigoso viaje entre los dos países. Salomón hace gala, durante las muchas jornadas del periplo, de sus dotes de animal inteligente.

Salomón llega a ser consciente de que es él el protagonista de tan curiosa aventura. De lo que nadie sabe que lo sea es de los milagros que, con su necesaria participación, se producen en los pueblos y ciudades por los que transcurre el viaje. Salomón y su juicioso cuidador, el cornaca Suhbro sí lo saben. Ambos respiran por la misma trompa y piensan con el mismo cerebro; son, en fin, uña y carne.

Salomón llegó triunfal a Viena en medio de los vítores del pueblo que, conocedor de la leyenda que le precedía, fue además testigo directo de cómo salvó a una niña de pocos años cuando todos pensaban que moriría aplastada bajo sus enormes patas. Murió, intuyo que feliz, dos años después de su llegada a Viena.

Ninguno de los que le conoció, vio pasar, oyó hablar de él o leyó el relato de Saramago, podremos olvidar a Salomón.

Salomón, El viaje del elefante

  • GREGOR SAMSA.

Si, como dije antes, Salomón y Suhbro eran uña y carne, mucho más unidos estuvieron (y vivieron) Gregor Samsa, infeliz protagonista de La Metamorfosis, de Franz Kafka, el mejor autor de la literatura del absurdo. Y digo unidos porque eran el mismo animal, la misma persona, Gregor Samsa y el horrible y enorme escarabajo en el que, sin saber cómo ni por qué, se convirtió.

Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto ya de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos…

La desgracia de Gregor no es tanto lo que le ha sucedido, sino las tragedias que provoca la transformación en su propia familia, la diferente reacción de cada uno: el odio y desprecio de su padre; el amor de Grete, su hermana, aunque finalmente es quien decide su muerte; el amor sincero, aunque teñido a veces de repulsión, de su madre. Todos se sienten liberados cuando Gregorio Samsa muere.

Samsa, La Metamorfosis

  • NAPOLEÓN.

Salomón, el elefante, era un buen tipo, Gregorio Samsa, el hombre-escarabajo, un triste insecto. Pero el que era malo de verdad fue Napoleón. No me refiero al Emperador, que fue un mal bicho también, sino al cerdo. Al cerdo que se erigió en Gran Jefe y dictador de la Granja (Rebelión en la Granja, George Orwell).

Es en esta obra, de sátira política, donde más humanos, en su faceta más miserable, se muestran los animales. En esta emulación de la perversión a la que Iosif Stalin llevó la revolución bolchevique, los cerdos de la granja se rebelan contra los granjeros, humanos, que los manejaban, alimentaban y tiranizaban; los expulsan y crean un sistema de gobierno que pronto se convierte en la tiranía más cruel que pueda pensarse. Napoleón, el cerdo que se erige en jefe dictador, termina expulsando a quien fue su amigo y compañero, Snowball. Con los mismos argumentos que Stalin utilizó para acabar, ejecutándolos, a quienes fueron sus amigos y compañeros y que, con él, formaban el equipo de gobierno: la ambición del poder personal a toda costa.

No puede negarse que Napoleón tuvo un comportamiento realmente humano.   

Napoleón, Rebelión en la Granja

  • CIPIÓN, BERGANZA.

Si los personajes literarios ya mencionados corrían sus aventuras con, dentro de o contra humanos, esta pareja de canes, Cipión y Berganza, no los necesitaban; en todo caso, solo como tema de conversación. Son los dos perros guardianes de un hospital de Valladolid, el de la Resurrección. Berganza, tras una vida complicada, ha encontrado por fin su descanso, su tranquilidad, en ese hospital

Son ellos dos, nada más, los protagonistas de El coloquio de los perros, una de las Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes. El relato cervantino refiere la conversación entre ellos que, un buen día, descubrieron que tenían el don de la palabra.

Aburridos, Berganza decide relatar al amigo Cipión sus aventuras con los diferentes dueños con los que anduvo por tierras de España. Le cuenta las malas experiencias que con los humanos ha tenido, cómo le pretendían corromper, engañar, utilizar, …cómo ha sufrido con ellos. Cipión escucha, trata de entender a su amigo, le aconseja. Aquel es el relator; éste, el confesor, el filósofo.

Una de las citas literarias que más me gustan es aquella que atribuyen a lord Byron: “Cuanto más conozco a los hombres, más quiero a mi perro.” Desde luego, no es algo que pudieran decir, en su sentido recíproco, Cipión o Berganza.

Berganza y Cipion, El coloquio de los perros

  • GOMA, OTSUKA, KAWAMURA

… Mimi, Okawa, Toro…

Son los nombres de los gatos coprotagonistas de Kafka en la Orilla. Kafka, el protagonista, no se llama Kafka, pero escoge en la novela este nombre por inspiración del Franz Kafka ya citado. Kafka en la orilla es una de esas obras de Haruki Murakami, uno de mis autores predilectos, que transcurren entre el mundo real y el onírico y en la que sus personajes humanos mantienen curiosas relaciones con los de otras especies.

La obra mantiene dos historias paralelas que, al final, convergen en el mundo metafísico de los sueños. Una de ellas es la de Kafka, que huye joven de su casa en busca de sosiego y tranquilidad. La otra, la que viene a cuento, es la de Satoru Nakata, un buen hombre que de adolescente tuvo un extraño accidente en un día de campo y setas junto con un grupo de compañeros. Fue el único que sufrió secuelas: varias semanas de estado de coma, pérdida de muchas de sus facultades mentales y…

… Y el don de hablar con los gatos. Los gatos lo saben, se le acercan, le escuchan… Todos se hacen amigos de Satoru, pero es con Otsuka, el gato negro grande, con quien más conversa.

Murakami tiene obsesión con los gatos. En muchas de sus novelas nos topamos con ellos, pero hay una, uno de los relatos que incluye su magnífica obra 1Q84 en la que todos los personajes son gatos. No solo dos, como eran los perros cervantinos, sino toda la población de aquel Pueblo de los Gatos.

Pero en realidad aquél era el pueblo de los gatos. Cuando el sol se ponía, numerosos gatos atravesaban el puente de piedra y acudían a la ciudad. Gatos de diferentes tamaños y diferentes especies. Aunque más grandes que un gato normal, seguían siendo gatos.

Sorprendido al ver aquello, el joven subió deprisa al campanario que había en medio del pueblo y se escondió. Como si fuera algo rutinario, los gatos abrieron las persianas de las tiendas, o se sentaron delante de los escritorios del ayuntamiento, y cada uno empezó su trabajo. Al cabo de un rato, un grupo aún más numeroso de gatos atravesó el puente y fue a la ciudad. Unos entraban en los comercios y hacían la compra, iban al ayuntamiento y despachaban papeleo burocrático o comían en el restaurante del hotel. Otros bebían cerveza en las tabernas y cantaban alegres canciones gatunas. Unos tocaban el acordeón y otros bailaban al compás. Al poseer visión nocturna, apenas necesitaban luz, pero gracias a que aquella noche la luna llena iluminaba hasta el último rincón del pueblo, el joven pudo observarlo todo desde lo alto del campanario.

El pueblo de los gatos

  • LOS PERROS DE SARAMAGO.

Comencé con Saramago y su Elefante y les confieso que no puedo terminar esta cosa rara que estoy escribiendo sin rendir nuevo homenaje a mi admirado José Saramago, así que, cerrando el círculo, terminaré con él.

Y ya acabo, trayendo a estas líneas a sus queridos perros. Era Saramago amante de sus amigos, los canes, tanto en su vida real como en la literaria. De aquella, el más querido fue sin duda Camoens. De esta, y aunque hubo otros, les presentaré a Constante (La balsa de piedra), a Encontrado (La Caverna), a Tomarctus (El hombre duplicado) y al Perro de las Lágrimas (Ensayo sobre la Ceguera). Saramago adoraba a los perros y les atribuía, en sus relatos, lealtad, nobleza, sabiduría… y una curiosa filosofía de vida.

De todas las aportaciones literarias del Nobel portugués una de las que me impresionaron siempre, desde que me topé con Historia del cerco de Lisboa en una biblioteca universitaria y quedé encantado con su prosa, fue la que tenía que ver con los perros. Con esos animales mantenía el escritor luso una relación especialísima, singular, poco común en un mundo de ficción tan personal como el suyo. A la altura y profundidad de los personajes de sus novelas hay que sumar la singularidad y personalidad propia que tienen los canes de Saramago (Horacio Martos, Este País, Mexico).

Haré una breve alusión a cada uno de ellos:

  • Constante (La balsa de piedra) es un enigmático perro al cual, en su desconcierto, los cinco acompañantes no saben en principio cómo llamar. Barajarán varios nombres: Fiel, Piloto, Centinela y Ángel de la Guardia antes de ponerle Constante por la vehemencia con que sigue a su amo, Pedro Orce, hasta el momento de su muerte
  • Encontrado (La caverna), es el perro que ayuda a devolverle el sentido a la vida de Cipriano, el alfarero. Encontrado sabía, antes de conocer a Cipriano, que iban a ser amigos. El alfarero se adelantó algunos pasos y con voz clara, firme, aunque sin gritar, pronunció el nombre escogido, Encontrado. El perro ya había levantado la cabeza al verlo, y ahora, escuchado finalmente el nombre por el que esperaba, salió de la caseta de cuerpo entero, ni perro grande ni perro pequeño, un animal joven, esbelto, de pelo crespo, realmente gris, realmente tirando a negro, con la estrecha mancha.
  • Tomarctus (El hombre duplicado) salvó a su dueño, Tertuliano Máximo Afonso, cuando fue el único que logró distinguirle de su doble, del otro hombre que, en todo, era idéntico a él. El perro abrió los ojos, volvió a cerrarlos, los abrió otra vez, estaría pensando que era hora de levantarse e ir al patio a ver si los geranios y el romero habían crecido mucho desde la última vez. Se desperezó, estiró primero las patas delanteras y después las de atrás, tensó la espina dorsal todo lo que pudo, y caminó hacia la puerta. Adónde vas, Tomarctus, le preguntó el dueño que solo aparece de vez en cuando. El perro se paró en el umbral, volvió la cabeza aguardando una orden que se entendiera, y, como no llegó, se fue…
  • El Perro de las lágrimas (Ensayo sobre la ceguera). Es este, de todos los canes que caminaron por las novelas de Saramago, al que más quería su creador: “Si yo tuviera que ser recordado por algo, me gustaría que me recordaran como el creador del Perro de las Lágrimas”, decía Saramago en una entrevista que le hicieron poco antes de su muerte. No tenía este perro nombre, como casi ningún personaje de la novela, pero fue él quien al finalde todo, cuando la visión volvió a los ciegos, cuando ya la mujer del médico había logrado salvar a todos, cuando el llanto inconsolable, por todo lo que había pasado, surgió en el lugar del alborozo por el triunfo conseguido, el Perro de las Lágrimas bebió las lágrimas de la mujer.

El perro de las Lágrimas

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Esto podría alargarse, pero tal vez resultara tedioso y repetitivo. Los autores y los personajes que he incluido en el relato son buena muestra de que los animales, cuando mantienen su naturaleza no humana, son mucho más nobles, más honestos, más ¿por qué no? humanos, que cuando tratan de emular los actos de los hombres o de meterse en la naturaleza de estos.

La mayor parte, fueron animales buenos, como Salomón, Berganza, Cipión, Otsuka, Constante, Encontrado, Tomarctus, el de las lágrimas…

Algunos, los menos, fueron canallas e “inhumanos”, como Napoleón y el escarabajo de Samsa. Pero solo lo fueron, fíjense, porque quisieron emular a los humanos.

LA PARTIDA DE GOLF

29 junio, 2021 Deja un comentario

Una tertulia oxigenada

Fue ayer domingo, el segundo día del torneo triangular por parejas. El primer día nos tocó con un par de chavales de Sevilla, muy simpáticos.

Al llegar al club esta mañana, ella me pregunta: «¿Con quién nos ha tocado

«Con un matrimonio inglés, no sé qué Welch, del Club de Campo de Malaga«, le digo.

– «Qué coñazo, encima de lo lento que es este torneo, nos toca con unos guiris que no hablarán ni papa de español«.

Así que llegamos al tee del uno, nos presentamos, Bob y Margaret Welch, Jaime y Carmela, tal y tal, qué buen día… y empezamos.

Su castellano era estupendo, el de los dos. Así que le pregunto. Y fue como abrir la compuerta de una presa. Porque era Bob muy simpático y buen conversador. Resulta que no es el típico jubilado británico que viene a vivir a España a los 60. Está aquí prácticamente desde los 20, cuando empezó a trabajar como guía turístico: Costa del Sol, Madrid, Baleares…

De los retazos de la vida que me contó, un novelista con imaginación sacaría sin esfuerzo una bonita novela. Les relato algunos.

Margaret, me dice, empezó hace relativamente poco a jugar al golf. Nunca mostró afición, pero hace unos diez años, una íntima amiga se quedó viuda. Jugaba al golf con su marido y, cuando se quedó sola, se refugió en el golf. Maggie, entonces, por solidaridad y por estar más tiempo con ella, compró unos palos y empezó. Y ahora, tiene más afición que yo.

En cada tee, en cada golpe, teníamos que esperar unos minutos, así que siguió contándome de su vida.

Fíjate, me cuenta, que nos conocimos en Madrid. Yo la invité a venir unos días a Ibiza y allí empezó la cosa. Poco a poco, en nuestras conversaciones iniciales, descubrimos que teníamos muchos puntos en común, pues éramos de unos pueblitos, distintos, cerca de Bristol, aunque nunca coincidimos. Y descubrimos también que nuestras madres eran muy amigas; que la suya era clienta de la peluquería que tenía mi madre y que incluso ella, Maggie, trabajó unos meses en la peluquería. Y yo no tenía ni idea.

Más adelante descubrimos, también, que nuestros padres habían trabajado como mineros en las minas de Gales, en los tiempos duros de la posguerra; que también fueron amigos. Fíjate que cúmulo de casualidades, me decía.

Y después, cuando le pregunté que de dónde venía el buen castellano de Maggie, me da la puntilla:

Ah, Maggie,… Aunque la ves así, gordita, fue durante bastante tiempo bailarina en España

De shows, me aclaró. De esas que bailan en grupos arropando a un personaje principal. Bailó, sobre todo, en espectáculos de Lina Morgan y de Zori y Santos. Claro, que no era un trabajo fijo. La llamaban de vez en cuando. Pero le daba para vivir.

Yo también le contaba cosas de mi vida pero, de verdad, me pareció mucho más interesante la suya. Tal vez por la novedad; la mía la conozco muy bien. Y, sin duda, porque antes de conocerse tenían tanto en común que ambos desconocían… Esas vidas paralelas que en un momento mágico convergieron.

Seguramente él pensó lo mismo; que mi vida, y cómo se la conté, era interesante. Y, a lo mejor, ahora está escribiendo algo sobre lo que yo le conté.

La vida es así, llena de coincidencias, de casualidades, de sorpresas. De nuevos amigos a los que ya nunca volverás a ver.

O a lo mejor, sí.

¿La partida? Empezamos bien, pero terminamos mal. Otras veces es al revés. Otras, todo mal. Otras, las menos, todo bien. Qué más da, si aprovechas el tiempo como yo lo aproveché.

Y es que, amigos, esto del golf quien mejor lo definía era mi padre, del que me acuerdo muy a menudo. 

«El golf no es otra cosa que una tertulia oxigenada«, decía el sabio de mi padre.

Y eso fue ayer. Nada más y nada menos que eso.

LA SEÑORITA DEL CONTADOR

1 febrero, 2021 Deja un comentario

Contador es una palabra que me gusta más que mostrador. Y, desde luego, cualquiera de ellas más que «checking» o “check in”.

Pero era en un contador, mostrador o checking de aeropuerto donde sucedió. Y no le pregunté a la que lo atendía si era señora o señorita, como era frecuente en nuestras antiguas maneras para saber cómo debería uno conducirse después de la respuesta. Digamos que era «madura», vaya feo apelativo para una señora algo mayor.

Era nuestra partida para un viaje turístico de un par de semanas por Tenerife para ver al pequeño de los chavales, que vive allí.

«Buenos días»

«Buenos días«.

«¿Deeneis, por favor

«Si, aquí tiene, y los bonos del vuelo».

«No, los bonos no hacen falta».

«¿Equipajes? Súbalos a la cinta por favor, y si lleva de mano me lo acerca para ponerle la cinta«.

«Oiga, por favor, ¿No quedarán asientos de los de emergencia? Supongo que ya no, pero por preguntar…»

«Luego lo miro, acérqueme el equipaje de mano… Uff, póngalo abajo, por favor, sobre la cinta», dice con gesto de dolor.

A partir de ahí todo cambia.

«¿Lumbago?», le pregunto.

«Sí, no sabe usted lo que molesta, sobre todo con este trabajo de arriba-abajo».

«Sé lo que es eso, lo he sufrido bastante, yo le llamo PL»

 «¿PL?»

«Sí, puto lumbago», digo poniendo cara medio de disculpa medio de picardía por la broma tonta.

«Ja, ja, me lo imaginaba, pero claro, no me he atrevido a decirlo yo, ya comprende«.

Y luego interviene la Capitana y le habla de lo bueno que es el yoga para eso, y que ella se ha curado de muchas lesiones con el yoga y que estaría dispuesta a darle algunas clases, pero claro, no es fácil, y que…

Y luego ella, que dice que muchas amigas le han dicho lo mismo, que si tiene suerte y se prejubila pronto que sin duda lo hará, que muchas gracias por lo de las clases, pero claro, no es fácil, y que…

Y luego intervengo yo y le digo…

Y ya, como no estábamos en una charla entre amigos sino en el contador de Vueling y con cola detrás esperando, se acaba la tertulia y nos da los billetes. En ese momento me acuerdo de lo importante.

«¿Oiga, ¿Miró lo de los asientos…?»

«Uy, se me ha ido la cabeza…con tanta conversación, discúlpeme, déjeme los billetes otra vez… Sí, justo quedan dos, mire qué bien».

Así que rompe los billetes y nos da otros. No nos despedimos con un beso porque, aunque ya éramos casi amigos, no era el lugar ni el momento. Pero la despedida fue muy cordial, deseándonos mejora y buen viaje respectivamente.

Ya en la puerta de embarque medio escucho las normas de acceso y algo de embarque de prioridad. Me acerco para enterarme mejor. Había bastante aglomeración alrededor de la mesa y colas ya formadas. Un gentío.

«¿Tiene usted embarque de prioridad?» Me pregunta la azafata con poca simpatía al verme junto a ella, que estaba materialmente asediada por tanto público.

«No, no, no tengo prioridad, es la fila 14».

«¿¡La fila 14!? Esa tiene prioridad; despejen por favor, dejen pasar a estos señores, que tienen prioridad».

Y así, muertos de vergüenza pero tratando de mantener la dignidad, mirando bajo y percibiendo miradas de encono de quienes estaban desde hace rato esperando en la cola, entramos en el pasillo de acceso, casi vacío, casi solo para nosotros.

Luego en el avión, luego nos sentamos en nuestros amplios asientos, luego ella cotillea la revista de la línea aérea, luego me mira y me dice:

«Andá, y encima reservar estos asientos hubiera costado treinta euros cada uno«.

Anda, dije yo, acordándome con simpatía de la señorita del contador.

LA FILÓLOGA, LA MEZZO-SOPRANO Y LAS VECINAS DE LEPE

31 enero, 2021 Deja un comentario

Hoy también he tenido un desvelo, largo para lo que es habitual en mí. Más o menos, de tres y pico a seis; de la madrugada, se entiende. Teniendo en cuenta que cierro el libro como a la una y me suelo levantar a las nueve o poco más, habré dormido unas cinco horas. Lo compensaré con una siesta.

Para que los desvelos no duelan hay que distraerlos con un elemento externo. Si no, si solo es dar vueltas a la cabeza o a la vida hasta que te viene de nuevo el sopor, los desvelos son amargos. Mi elemento externo es la radio, que aun en la oscuridad y con ese medio sopor de los desvelos, manejo con extraordinaria habilidad.

El desvelo de hoy no ha sido melancólico como el de hace unos días. He aprendido y he disfrutado. Ha sido un desvelo intenso y extenso, con varias historias. Les cuento.

La presentadora de mi primera historia hacía una entrevista a una señora que yo no conocía, María José Montiel, mezzo-soprano que, además de cantar bien, habla de maravilla. Ahora ya la conozco, aunque solo de voz, y me gusta.

Hablaba, con verdadero arrobo y admiración, del personaje que interpreta en la ópera que estos días se representa en Madrid: María Moliner. «Yo la conocía por su diccionario, como casi todo el mundo. Pero cuando hace cuatro años Paco Azorín y Antoni Parera me propusieron interpretar esta ópera, me puse a leer cosas sobre ella y ahora adoro a esta mujer. La llevo ya en mi piel y mi alma«. Así recuerdo que decía.

Contaba la dureza de su vida, nacida en medio rural, en un pueblo aragonés, abandonada por el padre –como toda la familia– a los 14 años, sustento de la familia desde que tuvo edad de trabajar, en un entorno social que favorecía poco y reconocía menos los méritos de las mujeres…

Depurados –ella y su marido- tras la guerra civil y rehabilitados años después, tuvieron una triste vejez. Su marido quedó ciego antes de ser viejo y ella dedicó sus últimos años a cuidarlo. Hasta que el alzheimer se cebó con ella. Tenía méritos más que sobrados para ser admitida en la Academia. Pero no lo fue. No era país ni eran tiempos de mujeres brillantes. De reconocer sus méritos, quiero decir, no de que no hubiera heroínas. Hoy ya sí; hoy son otros tiempos, pero ella no está para saberlo.

Provoca ternura escuchar a María José Montiel expresar su sentimiento al cantar el aria de la escena final, cuando la enfermedad hacía olvidar a María Moliner las palabras. A ella, que tantas palabras escribió: «El aria, más que cantar, va como descantando las palabras«. Algo así decía, pero mucho más bonito de lo que yo lo escribo.

Esta vida tan dura hace que su mérito, su obra, resulte mucho más extraordinaria de lo que fue. No prometo leer sus diccionarios, sería muy duro; pero si reponen la ópera, que retiran hoy día 21, no me la perderé.

Y luego, porque esta historia no duró más de 20 minutos, cambié de emisora. Pasé a una local, aquella en la que la otra noche disfrutaba con las cantautoras de mi juventud. A esa hora, el programa versaba sobre cuitas y porfías entre ciudadanos e instituciones. Discutían, con el presentador en el papel de moderador, una señora que se llama Alejandrina y otra que creo recordar se llama Zoila, fíjense qué sonoros y extraordinarios nombres. El asunto en discordia era la concesión para la instalación de un «chozo» para la romería en el pueblo de Lepe, de donde una era vecina y la otra era, además, concejala.

Esto me entretuvo un rato, pero contribuyó a que me desvelara aún un poquito más. Porque la discusión, teniendo en cuenta el gracejo del acento andaluz y la chulería de las discutidoras, era ciertamente entretenida.

Como no llegaban a un acuerdo, cambie de emisora. Y como casi siempre, terminé en Radio Clásica. Me tragué enteros el segundo y tercer movimiento de Scheherezade, de Rimski-Kórsakov, basada en las mil y una noches; tema muy propio para conciliar el sueño.

Después, escuché el poema musical Moldava, de Smetana, obra que canta el suave fluir de las aguas de los ríos, de praderas, bosques y paisajes… También muy propio para conciliar el sueño.

Pero, aunque mi corazón estaba inundado de las suaves notas de los violines, mi mente andaba aún enredada en la porfía de Zoila y Alejandrina.

Así que aún tardé un buen rato en caer, de nuevo, en brazos de Morfeo.

(Escrito hace un par de años)

Les dejo, para que conozcan a María José Montiel y escuchen su preciosa voz, su canto de La Violetera

EL MUNDO DE MAÑANA

19 enero, 2021 8 comentarios

Rehenes del Estado del Bienestar.

Tristes predicciones de un futuro oscuro tras un pasado brillante.

  1. El mundo de ayer.

Antes del mundo de mañana, por pura cronología, existe el mundo de ayer. El de mañana no lo conocemos ni en contenido ni en duración, tan solo lo intuimos. El de ayer, sí; todos conocemos el nuestro y el que nos rodeó.

Me viene al recuerdo aquella magnífica y triste obra de Stefan Zweig, uno de los autores icónicos del siglo XX: El mundo de ayer. De Zweig he leído bastante a mis 20-25 años, lo he tenido olvidado 40 y lo he vuelto a releer cuando esa buena editorial, Acantilado, ha comenzado a reeditar sus obras. Sus novelas, sus ensayos, sus biografías, son extraordinarios.

Stefan Zweig escribió El mundo de ayer, el suyo y sobre todo el que lo rodeó, cuando ya no tenía mañana. Aunque lo comenzó años antes le llevó su tiempo, todo el tiempo que le quedaba. Envió el manuscrito a la editorial un día de febrero de 1942. Nunca lo vio publicado; al día siguiente de enviarlo él y su mujer, Lotte, se suicidaban. Algunos biógrafos lo mencionan como “el escritor que creía en el futuro de la humanidad”. De hecho buscó el suyo, su futuro, en Brasil huyendo de la Europa que se estaba destruyendo. Pero algo le falló en esa búsqueda: decidió, con su suicidio, matar su futuro.

Zweig no confiaba en el mundo de mañana. Su generación no tuvo suerte. Una vida por la que transcurren dos guerras mundiales en las que mueren millones de seres humanos, una vida en permanente huida de lo que sucede a su alrededor y en permanente búsqueda de la improbable salvación, una vida pendiente de un hilo, sin seguridad ni futuro, no es vida.

2. El mundo de hoy.

No es vida como la que ha conocido mi generación, la nacida mediado el siglo XX, que sí que ha tenido suerte, una inmensa suerte. La suerte de haber sido la primera, en muchos siglos, que no ha sufrido conflictos bélicos (lean, al final de estas reflexiones, la breve reseña bélica de nuestra querida España en los tres últimos siglos; quedarán asombrados).  

La suerte de no haber vivido siquiera la posguerra, sino tan solo el tardofranquismo, cuando la política desarrollista iniciada en 1960 por Laureano López Rodó y la transformación social que trajo con ella contribuyeron en gran medida a la apertura política, económica y social.

La suerte que nos vino de la mano de la habilidad, del saber hacer, de la firmeza y de la humildad, de la exigencia y de la cesión, cada una aplicada en el momento oportuno, de aquellos políticos que supieron establecer las bases de la concordia y del futuro sin rencor. Aquellos benditos acuerdos de la transición que supusieron el trampolín para la verdadera modernización de España y la internacionalización de su economía. El incremento espectacular de la inversión extranjera en España, de la inversión española en el exterior, la incorporación a los organismos internacionales (OCDE en 1975, OTAN en 1982, UE en 1986) convirtieron a la arcaica y aislada España en un país moderno, abierto y respetado.

Y ese escenario fue una bendición para los que en aquellos años comenzábamos nuestra carrera profesional. Ante nosotros se abría una ventana de oportunidades que nos permitió afrontar con seguridad razonable no solo el inicio, incluso con posibilidades de elegir entre esto o aquello, sino también el desarrollo evolutivo de nuestra carrera. En mi caso particular, un mal estudiante de derecho como yo lo fui, pudo iniciar su actividad en despachos que entonces estaban en sus inicios, que en los años siguientes tuvieron un desarrollo espectacular y que hoy son referentes mundiales. Esa suerte tuve yo. La de subir en la estación de inicio en un tren de alta velocidad, de alta seguridad, de alta comodidad, para emprender el viaje de mi vida.

Y en ese tren rápido, seguro y cómodo hemos llegado desde nuestro mundo de ayer a este mundo de hoy. Sin duda, a unos les ha ido mejor que a otros el viaje, pero como generación, y seguro que habrá en esto acuerdo general, hemos disfrutado de paz y de progreso. Hemos tenido nuestro mundo de ayer, que recordamos con orgullo y agradecimiento, y tenemos nuestro mundo de hoy, que disfrutamos con relax y una mezcla de sosiego y preocupación. Porque, aunque ya escaso en duración para nosotros, el mundo de mañana viene demasiado convulso.

3. El mundo de mañana.

Demasiado convulso lo que se acerca, demasiado incierto lo que vendrá después. ¿Qué mundo vamos a dejar para las generaciones que nos siguen? La de nuestros hijos, los nacidos alrededor de los años 70 del siglo pasado; la de nuestros nietos, los nacidos al albor del siglo XXI; la que aún no conocemos (¡y ojalá podamos llegar a conocer!) de nuestros bisnietos. Y las siguientes, las que nunca conoceremos.

Cierto, demasiado convulso. Hagamos un repaso de lo que hoy tenemos y de lo que tememos que nos irá llegando.

Las crisis financieras, en este mundo de economía globalizada, son cada vez más duraderas y profundas. Durante el tiempo que transcurre entre su inicio y la recuperación, al menos media docena de años, es difícil para los que acceden a su primer trabajo encontrarlo; y es fácil, para los que ya lo tienen, perderlo. Esos años de tardanza en encontrarlo o de pérdida del que tuvieran, dejan una mella profunda en los afectados y en sus familias muy difícil de recuperar.

Cierto es que el estado del bienestar, que afortunadamente aún funciona, ayuda en cierta manera a sobrellevar la parte financiera del problema, pero al mismo tiempo hace que cada vez uno se sienta más rehén de ese estado del bienestar.

Los avances de las tecnologías científica y digital, si bien su objetivo en apariencia es facilitar la vida del hombre y de los procesos en que este se desenvuelve y traen consigo indudables beneficios, también comportan multitud de efectos perversos. Hoy, avanzado enero de 2021, leo en un diario:

Hay estudios que afirman que los niños y niñas de hoy tendrán que reinventarse entre 7 y 15 veces a lo largo de su carrera laboral… Teniendo en cuenta que hay varios informes que indican que para 2030 entre el 70 y el 85% de los empleos o no se conocen o se están creando

¿No es terrible? Entre el 70 y el 85% de los empleos, del trabajo que va a permitir al hombre vivir con dignidad, no se sabe cómo o cuáles van a ser. Y esta amenaza será realidad en menos de diez años.

Leemos muy a menudo noticias que hablan de la paulatina pero imparable robotización. El hombre irá, poco a poco siendo sustituido en sus labores profesionales por robots. ¿Qué alternativas le quedarán en esa reinvención de que hablaba antes? ¿Convertirse él mismo en una especie de robot? ¿Tal vez mediante la manipulación científica de su cuerpo?

Hace pocos días en una tertulia con amigos surgió el asunto de la computación cuántica y del G5. En la parte técnica de la conversación poco pude contribuir, porque no tengo ni idea. Pero cuando el que más sabía de estas cosas nos puso un ejemplo todos parecimos entender. Decía:

Seguro que conocéis esos aparatos o aplicaciones que ayudan a traducir idiomas; que un español habla a un aparato y este traduce lo hablado a ruso, a inglés, a chino, según la lengua de su interlocutor. Este sistema va hoy lento y comete errores notables de interpretación, pero con la tecnología del G5, que en cuestión de nanosegundos pone en concierto millones de textos de ambos idiomas, con sus giros, sus dejes, sus acentos especiales, la traducción será inmediata y su interpretación exacta. Desaparecerán las escuelas de idiomas, los traductores profesionales e, incluso, la enseñanza escolar de lenguas extranjeras.

¿No es maravilloso?

¿No es terrorífico?

La Torre de Babel en un dramático proceso inverso. La torre, cuenta el Génesis en su capítulo 11, fue construida hace casi 4000 años por los descendientes de Noé para, subiendo a sus alturas, poder escapar de un posible nuevo diluvio universal. Todos se entendían bien, hablaban el mismo idioma:

Tenía entonces toda la tierra una sola lengua y unas mismas palabras.

Pero Yahveh, soberbio y vengativo, no estaba de acuerdo. Así que, para que pararan la construcción y se esparcieran para repoblar de nuevo la tierra, decidió que cada uno olvidara la lengua común y hablara en otra, incomprensible para los demás:

Ahora, pues, descendamos y confundamos allí su lengua para que ninguno entienda el habla de su compañero.

Así los esparció Jehová desde allí sobre la faz de toda la tierra, y dejaron de edificar la ciudad.

Terrible paradoja. Hace 40 siglos, el dios Yahveh disuelve la lengua común para crear el nuevo mundo tras el desastre. Ahora un nuevo dios, de nombre G5, convierte en común las cien diferentes lenguas para… ¿Para crear el desastre después del nuevo mundo?

Según los expertos, el G5, el nuevo dios, tendrá un indudable impacto positivo que repercutirá en el nivel de vida de los ciudadanos. La nueva tecnología, dicen, está pensada, diseñada y enfocada a resolver problemas reales del día a día.

¿A qué precio?

¿Qué precio no pagaríamos por disfrutar de una conducción autónoma sin nadie al volante, de unos medios de transporte individual por el cielo que nos permitan volar como las aves, de unas ciudades inteligentes con apenas necesidades de atención humana directa, de una ciencia médica con operaciones quirúrgicas a distancia mediante robots y medicamentos milagrosos que nos permitan una vida más sana y prolongada, de la sustitución de los mecanismos de comunicación a distancia (teléfonos móviles) por chips implantados en el cerebro… de todo aquello, en fin, que facilite los procesos de manera que casi no requiera la acción o la atención del hombre?

Y así, paso a paso, golpe a golpe, entre las crisis, la robótica, la programación cuántica, el G5… el hombre irá perdiendo su función activa en la vida. Tal vez algunos de sus problemas se aliviarán, pero lo importante, su protagonismo en este mundo, su iniciativa, su intervención en los procesos… todo ello lo irá perdiendo poco a poco. No todos, claro; quedarán exentos de esta maldición bíblica (de la nueva biblia) los elegidos. Los elegidos del dios G5: los grandes empresarios dueños del dinero, jefes de los inventores y amos de los políticos. Los demás pagaremos (pagarán los que sigan aquí) ese precio, el mismo precio que antes mencioné. Porque todos estos procesosharán que cada vez uno se sienta más rehén de ese estado del súper bienestar.

Hablemos ahora de la clase política que, casi todos estarán de acuerdo, no es la que era. Hace algunas décadas el motor que les movía era, por encima de otros posibles intereses personales, la ideología y cierta conciencia social. Si echamos la vista atrás, también estaremos la mayoría de acuerdo en que aquellos políticos de los primeros años de nuestra democracia eran razonablemente decentes. Les movía la necesidad, la ilusión de actuar como protagonistas en el cambio. Cierto es que algunos (muchos piensan que la política y la decencia son términos contrapuestos) han aprovechado en beneficio propio los trabajos pasados.

Hoy no podemos decir lo mismo. Los responsables de la gestión del interés público, sea en el nivel estatal sea en el autonómico o local, ponen por encima y por delante de aquel la identificación del adversario como un enemigo. Antes, el opositor era adversario; hoy, el opositor es enemigo. Y ese sentimiento que pronto se convierte en convicción y en motor de sus actos, se va poco a poco, gracias a los mecanismos de propaganda y manipulación (medios afines, redes sociales, falsas noticias y rumores…) transmitiendo a sus simpatizantes. Las conversaciones políticas, que antes eran tertulias o debates, son hoy discusiones que acaban amistades y rompen lazos familiares.

Aquellos políticos trataron de marginar sus rencores históricos. Sin olvidar los años turbios de la guerra y de la posguerra, interpusieron un parapeto entre el ayer y el hoy para evitar odios y revanchas. Estos políticos de hoy han echado abajo ese parapeto y pretenden tener a la vista el ayer, a toda costa, para que los rencores no se olviden, para que renazcan incluso entre quienes nunca los tuvieron. Con la excusa de aquel dicho: el pueblo queolvida su historia está condenado a repetirla, que es muy certero, no pretenden que no olvidemos la historia, sino que la traigamos cada día, cada minuto, a nuestro recuerdo a fin de mantenernos en el fuego del odio en el que ellos mismos queman sus almas.

El político medio de hoy (siempre habrá excepciones) es mediocre y es ególatra. Y también es mezquino. Le interesa más la muerte política de su adversario-enemigo que la vida de los ciudadanos. Me atrevo a pensar, aunque reconozco que es una canallada, que les importa relativamente poco la muerte de cientos de ciudadanos, en esta situación de crisis sanitaria, si existe la posibilidad de achacar esas muertes a la gestión de un político enemigo.

Y en la búsqueda de esos objetivos es protagonista la maquinaria de la manipulación. Con esos conceptos novedosos como la corrección o el buenismo político, la mala utilización del concepto de tolerancia (para los míos, ¿eh?, no para todos). Con esa manera de criticar a muerte acciones del enemigo, pero justificar, también a muerte, las mismas acciones cuando son propias. El objetivo es manipular; nada más que manipular.

Salgamos de España. Los líderes de los países más poderosos quieren acabar con su competencia directa, sea externa o sea interna. Donald Trump con su MAGA (make America great again) y su política comercial de imponer aranceles a los productos importados, con la salida de los organismos internacionales que no inclinan la cabeza a su paso, con el enardecimiento a las masas para que impidan el relevo presidencial. Boris Johnson con su inquina hacia Europa y su empeño por abandonarla. Xi Jinping con sus (presuntos) ataques de guerra biológica. Kim Jong-un con sus permanentes amenazas de guerra nuclear. Hasán Rohaní con el enriquecimiento del uranio para fines bélicos. Son todos ellos líderes putrefactos que pretenden pasar a la historia, que ya nadie leerá, porque habrán terminado con este mundo de hoy.

Por no hablar de la locura de Oriente medio, de la extrema pobreza de la mayoría de la gente de los países de África mientras sus presidentes y gobiernos nadan en oro y provocan su emigración hacia Europa en lugar de tratar de mejorar las condiciones de vida. Justa (¿justa?) venganza por las atrocidades que Europa cometió en la colonización y posterior descolonización del continente. O, en fin, de las barbaridades cometidas por el terrorismo yihadista que dice matar en nombre de la religión.

En la política, en esta política, la codicia –el dinero-, la ambición –el poder– han ganado terreno y prácticamente vencido a la dignidad, a la ética, al honor.

Y así, poco a poco, tomando partido por la postura de los suyos, odiando al otro por mantener la contraria, abriendo el cerebro y el corazón a la manipulación, el pueblo va aceptando y asumiendo la paulatina conversión de la democracia real en una democracia aparente. Y también poco a poco, al mismo ritmo, el pueblo se irá convirtiendo en rehén del estado del bienestar.

Sí, amigos, esto es lo que vamos a dejar a las generaciones que nos siguen: vida artificial, secuestro de la personalidad y de la capacidad de actuar, falta de protagonismo, dependencia absoluta del estado… Este va a ser El mundo de mañana.

4. El mundo de mañana ¿será el fin del mundo o será Un Mundo Feliz?

Estos días ando leyendo (re-leyendo) a otro de los autores icónicos de mi época, Morris West, escritor de ficción cuya temática casi exclusiva fue la política internacional y la influencia de la religión y del papado en ella, pero siempre sobre bases de la historia real. Culto, imaginativo, didáctico y entretenido de leer, su obra está muy influenciada por su propia biografía ya que, aunque no completó sus votos, pasó 12 años en un monasterio; y durante la segunda gran guerra trabajó en los servicios de inteligencia.

El libro que leo es Los Bufones de Dios. Se publicó en 1981 y se desarrolla en los tiempos finales del siglo XX. El protagonista de la historia es un Papa ficticio, Gregorio XVII (idealmente sucesor de Juan XXIII) que recibe mediante revelación divina la llegada de la Parusía, la Segunda Venida o el advenimiento glorioso de Jesús al final de los tiempos. En otras palabras, el anuncio del fin del mundo, la destrucción de este mundo ¿Es Dios el que lo destruye? Al menos, tal amenaza aparece en Apocalipsis, cap. 16, en que Jehová, el dios iracundo, anuncia el Armagedón:

Luego oí que del templo salía una fuerte voz, que les decía a los siete ángeles: ¡Vayan y derramen sobre la tierra las siete copas de la ira de Dios!…

El séptimo ángel derramó su copa en el aire y desde el trono en el templo saló una fuerte voz que decía: “Todo está hecho”.

Y entonces… Relámpagos, truenos, granizos, terremotos, ciudades destruidas, islas y montes desaparecidos… La ira de Dios.

No quedaba claro si la destrucción anunciada a Gregorio XVII era por ira de Dios o por acción del hombre. La situación de aquel mundo ficticio de finales del siglo XX era ciertamente conflictiva, con los bloques enfrentados y una permanente amenaza de guerra nuclear. Aun así, de ser por acción del hombre sería también obra de ese Dios que, pudiendo evitarlo, permite que sus criaturas lo destruyan. Aunque, bondadoso Él, nos consuela con la venida del Hijo, por segunda vez, para recomponer el desastre.

Pero las amenazas de hoy, las que describo al hablar del mundo de mañana, son diferentes. No creo que hayamos de temer el fin del mundo por la amenaza nuclear ni por acción directa de la ira divina. Y, en el corto plazo, tampoco por los desastres que puedan venir de la mano de la naturaleza en venganza por tanto daño como hemos causado a este mundo. Ni tan siquiera por invasión extraterrestre ni por impacto imprevisto de un meteorito como el que acabó con los dinosaurios.

En cambio, no tengo duda de que la situación que hoy vivimos, irá trocando el mundo de ayer, el mundo de hoy, el mundo de mañana, en Un Mundo Feliz.

Un Mundo feliz fue escrito por Aldous Huxley en 1932, cincuenta años antes de que Morris West escribiera Los Bufones. Pero a pesar de ello, teniendo en cuenta lo que se nos viene encima, lo considero más predictivo. Y ante el dilema entre el Armagedón o el mundo feliz, creo que el mundo de mañana será este último: un mundo feliz.

Así será. La manipulación a que me he referido, la paulatina conversión de una democracia real en una aparente, y luego en una dictadura blanda, y después en una férrea dictadura, todo ello con la aquiescencia del pueblo, poco a poco envenenado con esa propaganda, convertirán al hombre en muñeco. Harán de él un pelele, sin nada que hacer en la vida pues los robots y el G5 lo harán por él, envejeciendo sin enfermedades pero también sin ilusiones, con su cuerpo inundado de chips… todo ello para facilitar su vida.

Para hacerle feliz.

La tecnología en la reproducción humana hará hombres que solo sepan hacer determinadas cosas. Y que serán dichosos haciendo aquello para lo que fueron hechos. Las castas de los alfa, los beta, los delta…  

La felicidad será mantenida a base del soma, la droga, que hipnotiza en su justa medida para conseguir esa neutra felicidad.

Habrá libertad sexual, no habrá guerras ni existirá la pobreza.

Tampoco existirá la familia, ni el arte, ni la cultura, ni la religión, ni la literatura, ni la filosofía… Ni el amor.

¿Para qué, si ya seremos felices sin necesidad de todas estas cosas que antes nos ocupaban tanto tiempo y entretenían el alma y la vida?

¿Para qué, si ya hemos conseguido la extrema felicidad siendo rehenes del estado del bienestar

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Nota sobre: Actividad bélica española desde comienzos del siglo XVIII.

En su primera mitad tuvimos, como protagonistas principales o como aliados, las guerras de Sucesión, de la Cuádruple Alianza, la Anglo Española, la de Sucesión Polaca, la del Asiento, la de la Sucesión Austriaca… ¡34 años de guerras en medio siglo! En la segunda mitad de ese siglo, participamos en otras siete guerras, discúlpenme que no las describa por no aburrirles, con y contra países vecinos o de cultura similar.

En el siglo XIX, la simpática, por su nombre, guerra de las Naranjas, la Anglo Española (sí, otra) con Francia como aliado e Inglaterra como enemigo. Pero enseguida, la de la Independencia, eso sí, cambiando aliado, esta vez Inglaterra y enemigo, esta vez Francia ¡qué locura! Luego, ya, cambiamos de continente y nos peleamos con las colonias, con los Estados Unidos. Y poco más tarde, Nosotros contra Nosotros: La de los Cien Mil Hijos de San Luis, las Carlistas… Luego nos fuimos, no se rían, a la Cochinchina (¿qué se nos perdió allí?) a ayudar a nuestros amigos-enemigos franceses. Siguen las de África, otras varias con Latino América (Perú, Chile, Ecuador, Bolivia), la de Cuba, la tercera Carlista, la de los Cantones, más de África, otras de Cuba… Hasta las de fin de siglo cuando, en 1898, perdimos lo que nos quedaba de lo que nunca debió haber sido “nuestro”: Cuba y Filipinas.

Entramos en el siglo XX y seguimos guerreando sin tregua. Los Bereberes, el Rif (¡15 años!)… Y ya, cansados de pelear fuera de nuestras fronteras, otra vez como en el siglo anterior, Nosotros contra Nosotros: la terrible Guerra Civil, la que dividió España y la que siguen utilizando tantos para mantener esa división. Las últimas del siglo apenas tienen relevancia en el recuerdo: la División Azul, bonito nombre que sirvió como excusa para mandar a la muerte a miles de españoles y la de Sidi Ifni.

Y aquí se acaba, señores, aunque hayamos tenido algunas escaramuzas más como aliados de la OTAN. Pero fíjense que tres siglos, que terribles tres siglos de guerra continua.

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