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MI TESTAMENTO VITAL

9 junio, 2013 23 comentarios

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“Una de las funciones más nobles de la razón consiste en saber si es o no, tiempo de irse de este mundo”.

Con esta cita de Marco Aurelio comenzaba un artículo que publiqué en agosto de 2010 con el mismo título de aquella película de Richard Fleischer, Soylent Green (1973). Disertaba en él sobre esos conceptos tan relacionados: Eutanasia, Muerte Digna, Muerte Asistida.

Hace unos días, no sé con qué motivo, hablábamos mi mujer y yo sobre la conveniencia de hacer testamento vital. Siempre da más tranquilidad conocer (y que otros conozcan) los deseos más personales e íntimos de quien está en proceso de pasar a mejor vida.

Pasar a mejor vida con el menor sufrimiento y la mayor dignidad posibles. De eso trata el testamento vital. Y, añado yo aunque suene prosaico hablando de esos asuntos tan trascendentales, con el menor coste económico que se pueda.

Así, de la misma manera que uno decide, sometido a ciertas normas legales, cómo se debe repartir el patrimonio que deja cuando se va de este mundo, puede también decidir aspectos tan personales como los cuidados o ayudas que debe recibir en tan decisivo trance. Y tanto una como otra decisión han de manifestarse en una declaración personal en pleno uso de facultades mentales, ante notario o ante testigos, y debidamente depositada en registros públicos.

Aspectos tales como si en el supuesto de enfermedad terminal debe ser mantenido vivo a toda costa o, por el contrario, debe ser ayudadomuerte asistidaa morir, si es su voluntad donar los órganos cuando ya no le sean necesarios, si desea ser inhumado o incinerado o si prefiere ritual religioso o pagano, son manifestaciones comunes en el testamento vital,

Incluso, aunque la eutanasia activa no esté aún regulada en nuestras leyes, puede el testador pedir que se le aplique en el caso de que si lo esté en el momento de su fallecimiento.

Por el documento de instrucciones previas, una persona mayor de edad, capaz y libre, manifiesta anticipadamente su voluntad, con objeto de que ésta se cumpla en el momento en que llegue a situaciones en cuyas circunstancias no sea capaz de expresarla personalmente, sobre los cuidados y el tratamiento de su salud o, una vez llegado el fallecimiento, sobre el destino de su cuerpo o de los órganos del mismo. El otorgante del documento puede designar, además, un representante para que, llegado el caso, sirva como interlocutor suyo con el médico o el equipo sanitario para procurar el cumplimiento de las instrucciones previas.

(Artº 11, Ley 41/2002) Muerte-digna-imagen

Tras este preámbulo de carácter divulgativo, me voy a centrar en la parte del testamento vital que se refiere al tratamiento del cuerpo una vez que el alma, es decir la vida, lo ha abandonado. Las opciones que se presentan no son demasiadas: inhumación, incineración o embalsamamiento; culto religioso o pagano.

Oscar Wilde, en su lecho de muerte, pidió al amigo que le acompañaba una botella del champan más caro y le dijo: “Me estoy muriendo por encima de mis posibilidades”.

Hoy no hace falta que pidamos champán ni que organicemos fastuosos funerales. El funeral más austero está por encima de las posibilidades de un común mortal y deja temblando una economía familiar modesta.

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Porque el coste de las pompas (pompa (drae): lujo, grandeza, esplendor) fúnebres es disparatado. Entre el oligopolio –monopolio en muchas regiones– que existe, la agresividad comercial de las empresas de pompas fúnebres –que aprovechan los sentimientos de la familia (esa comprensible vergüenza en escatimar calidades y honores)- y la cantidad de “partidas” que componen el proceso (esquelas, tratamiento y traslado del cadáver, féretro, alquiler de sala en tanatorio, lápida y nicho o incineración, coronas, ritos...), un funeral cuesta entre cinco y diez mil euros.

Más el 21%, amigos, porque aunque resulte inconcebible, el gobierno tuvo el delicado detalle, la desvergüenza, de incrementar hace un año el IVA aplicable a los servicios de pompas fúnebres: del 8% al 21%.

¿Por qué diablos, pregunto, tenemos que gastarnos un dineral en esas malditas pompas fúnebres, pagando al estado además un 21% de IVA?

Así que, indignado ante tan inútil despilfarro, procedo a hacer mi propio testamento vital. Tiempo tendré, espero, cuando tenga seguro que es posible lo que pretendo, de redactarlo y registrarlo como exige la ley.

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En grades rasgos mi voluntad es la siguiente:

–         No quiero seguir viviendo cuando ya no me quede conciencia ni salud para vivir dignamente. Trataré de definir ese concepto de dignidad para no dejar dudas inquietantes –o lo que es más arriesgado, una laxa interpretación– a los míos.

–         Quiero que mis órganos, en lo que valgan, sean puestos a disposición de quienes puedan utilizarlos, sin que nadie que no sean ellos obtenga ventaja de ningún tipo.

–         Y, por encima de todo, no quiero que mis deudos gasten en mis exequias nada, absolutamente nada, que pueda ser prescindible.

Así, no quiero que compren un féretro para depositar mis restos; no quiero velatorio ni tanatorio; no quiero flores; no quiero esquelas; no quiero funerales ni entierros; no quiero que paguen a nadie por quemarme.

Y no quiero IVA.

Quiero nada más que quien desee recordarme me recuerde. Y si puedo ser más exigente, sólo para recordarme con la alegría –o como mucho con la nostalgia–  de  los felices tiempos pasados; no con la tristeza de la ausencia.

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Y, entonces ¿qué hacer con mi cadáver?

Esa es la pregunta que me lleva a muchas otras:

¿Hasta qué punto es obligatorio utilizar una empresa de pompas fúnebres?

¿Hasta qué punto es obligatorio adquirir una linda caja de exótica madera y bonitos adornos para que se pudra bajo la tierra o se convierta en cenizas en el crematorio?

¿Qué otras opciones existen para un cuerpo que ya no sirve para nada?

¿Se puede guardar en un arcón en casa, debidamente congelado?

¿Puede ser enterrado en el jardín de su casa, si lo tuvo, o en algún recóndito lugar de cualquier monte?

¿Puede ser incinerado privadamente en el –improbable– caso de que se encuentre lugar adecuado?

¿Puede –igual que está permitido con las cenizas– ser arrojado el cuerpo a la mar, que al fin y al cabo es de nadie, envuelto en un retal de vela y con sendas balas de cañón atadas a las extremidades –como hacían los corsarios– para asegurar la inmersión?

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No sé si alguna de estas opciones es legalmente posible; si alguien lo sabe agradeceré ilumine mi ignorancia. Lo que si tengo claro es que en mi testamento vital eximiré a mi querida familia de gastar en mis «honras fúnebres» más de lo que cuesten unas viejas balas de cañón para hundirme dulcemente en el mar.

A mi ya no me importará, como al chico de esta preciosa balada que os dejo, que los rayos de sol no me alcancen, que la oscuridad y el frío me rodeen, que nadie sepa exactamente dónde estoy o que los peces tomen su justa revancha de tantos como yo me comí.

Os dejo esta preciosa canción, The Ocean BurialGeorge Allen, 1850)


«O! bury me not in the deep, deep sea»;

The words came low and mournfully,

From the pallid lips of a youth, who lay,

On his cabin couch at the close of day.

He had wasted and pined ‘till o’er his brow,

The death-shade had slowly passed, and now,

Where the land and his fond loved home were nigh,

They had gathered around him to see him die.

«O! bury me not in the deep, deep sea,

Where the billowy shroud will roll over me,

Where no light will break through the dark, cold wave,

And no sunbeam rest upon my grave.

It matters not, I have oft been told,

Where the body shall lie when the heart is cold,

Yet grant ye O! grant ye this boon to me,

O! bury me not in the deep, deep sea.

«For in fancy I’ve listened to the well known words,

The free, wild winds, and the songs of the birds;

I have thought of home, of cot and bower,

And of scenes that I loved in childhood’s hour.

I had ever hoped to be laid when I died,

In the church-yard there, on the green hill-side;

By the bones of my fathers’ my grave should be,

O! bury me not in the deep, deep sea.

«Let my death slumbers be where a mother’s prayer,

And a sister’s tear shall be mingled there;

O! ‘twill be sweet, ere the heart’s throb is o’er,

To know when its fountains shall gush no more,

That those it so fondly hath yearned for will come

To plant the first wild-flower of spring on my tomb;

Let me lie where those loved ones will weep over me,

O! bury me not in the deep, deep sea.

«And there is another; her tears would be shed,

For him who lay far in an ocean bed;

In hours that it pains me to think of now,

She hath twined these locks, and hath kissed this brow.

In the hair she hath wreathed, shall the sea-snake hiss?

And the brow she hath pressed, shall the cold wave kiss?

For the sake of that bright one that waiteth for me,

O! bury me not in the deep, deep sea.

«She hath been in my dreams» — his voice failed there;

They gave no heed to his dying prayer;

They have lowered him slow o’er the vessel’s side,

Above him has closed the dark, cold tide;

Where to dip their light wings the sea-fowls rest

Where the blue waves dance o’er the ocean’s crest;

Where the billows bound and the winds sport free;

They have buried him there, in the deep, deep sea.

SOYLENT GREEN

8 agosto, 2010 20 comentarios

 

«Una de las funciones más nobles de la razón consiste en saber si es o no, tiempo de irse de este mundo».
Marco Aurelio, Libro III.

El título de esta entrada tiene que ver solo tangencialmente con su contenido. Hace unos días aludía a la muerte, deseada y pactada, de un matrimonio que perdió a su hijo diez años atrás y que no se sentían capaces de seguir viviendo. Una cosa es el suicidio, cualquiera que sea la razón que lo impulsa y otra es la muerte, provocada por otros, cuando la víctima no puede mantener una vida consciente o es tal el deterioro físico que vivir supone un verdadero suplicio. Hablamos entonces de eutanasia, de muerte asistida o de “muerte digna”.

Me tengo que ayudar de fuentes ajenas para no errar en el significado de cada concepto.

Etimológicamente, la palabra eutanasia proviene de los conceptos griegos eu y thanatos, que significan ‘bien’ y ‘morir’, respectivamente, es decir, se refiere a la idea del buen morir. Sin embargo, su sentido actual se relaciona con el hecho de otorgar una muerte sin sufrimiento a quien padece de dolor. La eutanasia puede ser activa o pasiva, según la muerte sea provocada por acción de medicamento o lo sea por omisión de tratamiento. Puede ser también voluntaria o involuntaria, en función de si hay consentimiento del paciente o no lo hay (se entiende que nunca se practica “contra” su voluntad, sino «sin» ella)

Por su parte, los diccionarios médicos definen la muerte asistida como aquella forma de eutanasia en la cual una persona ayuda a otra a conseguir su objetivo de morir prematuramente, ya sea mediante asesoramiento o proporcionándole un veneno u otro instrumento mortal.

Finalmente, el significado de ‘muerte digna’ alude al acto de proporcionar asistencia paliativa al enfermo terminal y apoyo espiritual y emocional. De contrario, se entiende por “muerte indigna” aquella que prolonga de manera inmisericorde la vida por medios artificiales, vida que se escapa lentamente y con dolor para el enfermo y para su entorno familiar.

Los tres conceptos tienen tantos elementos en común que pueden subsumirse en el general de la eutanasia.

No es un debate pacífico el de la eutanasia. Quienes defienden el derecho individual a la terminación de la propia vida se enfrentan a los que, de manera más radical en mi opinión, consideran la vida como un valor sagrado e inviolable por otro derecho individual. No entraré en debate con quienes tienen mucha más autoridad que yo para hablar de estos asuntos. Tan sólo diré que soy partidario de una regulación permisiva aunque, naturalmente, con todas las garantías para proteger otros derechos y permitiendo la objeción de conciencia.

Y tampoco es debate nuevo. En la Grecia antigua se consideraba que la mala vida no era digna de ser vivida, por lo que la práctica de la eutanasia se permitía. Sin embargo, esta visión cambió totalmente durante la Edad Media. En este período, cualquier acción que pudiera atentar contra la vida de las personas era repudiada, incluyendo el suicidio. Extraigo, de la fuente que cito, un hermoso texto sobre la muerte de Sócrates.

“La muerte de Sócrates, tal como la describe Platón en Faidón y Alain de Botton en Las consolaciones de la Filosofía, es él más precioso ejemplo de muerte con dignidad. El filósofo Sócrates, modelo de templanza y de moralidad, poco antes de emprender el viaje sin retorno creyó prudente ir a bañarse para evitar con ello que las mujeres, como era costumbre, tuvieran, luego de muerto, que lavar su cadáver. Una vez limpio bebió el veneno hasta la última gota y cuando sintió sus piernas ya pesadas, se acostó dignamente sobre sus espaldas sin quejarse ni mostrando sufrimiento alguno, sino al contrario, ya que él era la persona más optimista que se encontraba en ese lugar; toda la demás gente sufría al saber que Sócrates iba a morir. Con esto despertó la admiración de cuantos lo rodeaban.” (Monografías, findel84)

Posiblemente, el país más avanzado en la práctica de la eutanasia sea Suiza, destino escogido por quienes quieren morir, que permite la eutanasia con cierta flexibilidad. Aunque la crisis que ha surgido tras el reciente hallazgo de unas 300 urnas con restos humanos en el fondo de un lago, ha reabierto el debate. Se trataba de los restos de un «suicidio colectivo inducido» en la famosa Clínica Dignitas.

En nuestro país, la legislación española ha comenzado a reconocer derechos relacionados con la eutanasia. A primeros de este año, el Parlamento de Andalucía aprobaba por unanimidad la Ley de Derechos y Garantías de la Dignidad de la Persona en el Proceso de la Muerte, más conocida como Ley de Muerte Digna. Es la primera de estas características que se aplicará en territorio español, aunque los llamados ‘testamentos vitales’ ya están regulados en todas las autonomías, con muchos contenidos similares a la norma andaluza. Por el momento, ninguna otra autonomía ha expresado su disposición a tramitar un texto similar, y desde el Gobierno se sostiene que tampoco se va impulsar una ley nacional con este contenido.

El Testamento Vital (o declaración de voluntades anticipadas) es la manifestación escrita de una persona capaz que, actuando libremente, expresa las instrucciones que deben tenerse en cuenta acerca de la asistencia sanitaria que desea recibir en situaciones que le impidan comunicar personalmente su voluntad, o sobre el destino de su cuerpo o sus órganos una vez producido el fallecimiento. La ley andaluza y el testamento vital son dos buenos comienzos que espero fructifiquen en una mayor aceptación social y una más evolucionada legislación nacional que reconozca el derecho a terminar con la propia vida cuando esta resulta indigna o cuando lo poco que queda de ella resulta extremadamente triste y doloroso.

Y, volviendo al inicio de esta entrada, todo esto me ha venido a la cabeza leyendo algo sobre una película que vi de joven y que me causó impresión: Soylent Green. La dirigió Richard Fleischer en 1973 y es de corte “orweliano”, de drama futurista. Charlton Heston y Edward G. Robinson dan vida a los protagonistas

Soylent Green narra la vida en una futura ciudad de Nueva York, habitada por más de 40.000.000 de habitantes, radical y físicamente separada entre una minoría que vive cómodamente y una mayoría hacinada en calles y edificios donde malvive con agua en garrafas y dos variedades de un producto comestible, soylent rojo y soylent amarillo que son la única fuente de alimentación de la mayor parte de la población. En el filme, la carestía generalizada es el resultado del agotamiento de recursos naturales, la degradación ambiental extrema y la sobrepoblación. No obstante, a pesar del ambiente desolador, sobrevive una pequeña élite que mantiene el control político y económico y puede acceder a ciertos lujos como verduras y trozos de carne.

El filme evoluciona a través de una trama de asesinato, en la que se ve involucrada la compañía Soylent, fabricante de “el alimento único”.

Sol Roth (Edward G. Robinson) decide suicidarse en un sitio llamado El Hogar, el cual recrea el mundo como era en su época de juventud mientras muere y sólo acierta a decir a Thorn (Charlton Heston) que siga su cuerpo como pista antes de desaparecer. El seguimiento de su cadáver ofrece a Thorn  el destino real de todos los cuerpos, que no es otro que acabar procesados en Soylent verde (Soylent Green) para ser parte de dicho preparado alimenticio.

Es el reciclaje perfecto. La población vive gracias al alimento que se produce con los cuerpos de quienes han decidido dejar de vivir.

Siento haber traido hoy, en pleno agosto vacacional, este asunto, pero la imaginación está torpe y las fuentes externas escasean. En compensación, la música que traigo, SWING LOW, SWEET CHARRIOT, es evangélica, cristiana. Música gospel (de GodSpell, que en castellano se traduce como «Dios anuncia»). Quien tiene la desgracia de morir vuela en el dulce carro hacia el hogar, hacia la Casa de Dios. El infierno no existe.

Agunos piensan que la canción tiene también origen «folk». Desde luego, entre los cientos de versiones, hay country, folk y gospel singers. Dejo tres versiones: una de Johnny Cash (country) otra de (cómo no) Pete Seeger y la tercera -que no me gusta mucho- de Joan Baez. Quería poner una de gospel, pero las «puras» son todas muy antiguas.

Y también os dejo un «trayler» de Soylent Green.

En la dedicatoria de un libro que acabo de terminar se reproducen unos versos del poeta Teodor Spenser:

Sleep after toyle,
port after stormie sea,
Ease after warre,
death after life,
does greatly please
.

Tras el trabajo, el sueño
El puerto tras los mares procelosos,
La calma tras la guerra,
La muerte tras la vida,
Placen mucho

Son los mismos versos que adornan la lápida de la tumba de Joseph Conrad.


SWING LOW, SWEET CHARRIOT
Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home
Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home

I looked over Jordan, and what did I see
Coming for to carry me home
A band of angels coming after me
Coming for to carry me home

Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home
Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home

If you get there before I do
Coming for to carry me home
Tell all my friends I’m coming, too
Coming for to carry me home

Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home
Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home

I’m sometimes up and sometimes down
Coming for to carry me home
But still my soul feels heavenly bound
Coming for to carry me home

Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home
Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home
The brightest day that I can say
Coming for to carry me home
When Jesus washed my sins away
Coming for to carry me home
Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home
Swing low, sweet chariot
Coming for to carry me home

If I get there before you do
Coming for to carry me home
I’ll cut a hole and pull you through
Coming for to carry me home